Los drogadictos gesticulaban abriendo mucho los brazos, dibujando infinitos en el aire. Se reían con voz aguardentosa. Un chico con ojos de ángel y cara de ángel hacía reír a una chica de dientes mellados; a lo mejor era un ángel. Decía: —“¡¡… y PUMBA!!”—y ella se volvía a reír. La basura cercaba la hierba aplastada que no se puede pisar y yo sorteaba las cacas de perro alargadas, cilíndricas y secas como habanos de los pobres. Casi quería oír lo que decían mientras cruzaba el parque; los muñecos rotos tienen historias interesantes. Pero de pronto se abrió una ventana y un joven moreno con el torso desnudo salió como un cuco asesino y lanzó un grito… el grito de las entrañas desgarradas del universo acompañado de las trompetas de Jericó:
—“¡¡¡¡GOOOOOOOOOOL DE ESPAÑAAAAAA!!!!. Los drogadictos y yo nos miramos y nos encogimos de hombros. Eran gente cabal.
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